水曜日, 9月 23, 0021

EN LA OSCURA PLACENTA

EN LA OSCURA PLACENTA Jose Ángel Conde Blanco

Un tapón en la existencia, para que no se derrame.
Esa angustia tan brutal de la habitación a oscuras,
en la que sabes que estás pero a la que nunca ves,
por mucho que avances por todas sus infinitas direcciones.
Me cuesta vivir lo mismo que escribir,
esa descodificación del absurdo vital
en un morse de puntos sangrantes como eternos granos supurantes
de una piel que nunca se reconoce,
arrojada al diálogo intraducible del frío aire respirado por el mundo,
pero que acaba por seguir palpitando.
De alguna forma comienzo a escribir como quien empieza a nacer,
tan necesario,
un cuerpo presionando con su vida a través de un túnel que debería ser cálido,
el dolor de parirse desde el interior,
el feto embadurnado de sangre creativa
sobre la plana hoja de papel de la existencia,
ese parto que escribe el mundo vacío,
aunque a veces el recién nacido no reconozca a la madre.
No necesito saber qué ser para ser.
Un festín de caras que se devoran
apartándose unas a otras en su camino virtual,
los neones vistiendo la pérdida de valores,
esa sociedad que me rodea pero en la que no estoy,
como un nucleo borroso alejado de sus electrones
que se coordinan en un juego perfectamente codificado, preestablecido,
pero que ni siquiera entienden.
Yo veo pasar sus dígitos como cuchillas,
en los días de la pérdida del cielo,
la lluvia cayendo espesa como si escupiera el rechazo,
empapándome.
Las almas de los seres humanos que podrían ser en mi vida
las dejo colgando en una percha de aislamiento.
El soplo del frío pasa siempre entre ellos y yo,
ese clima como un muro, esa estación de absurdo,
real como la vida de la que no se puede escapar,
sufriéndola con el aliento de mi cerebro atrapado
dentro de la línea congelada que atraviesa el mundo.
Camino tan solo que hasta las calles se apartan,
torturándome con los presuntos días de desahogo mal elegidos,
que siempre acaban en remordimiento,
ese ácido cotidiano que mi corazón bombea a mi sangre,
recordando que perdí el cielo por merecerlo,
haciendo de mi vida un anatema.
Solo porque convivo aquí dentro con todos mis espejos,
gaseoso entre estas nubes cuyas formas cambiantes
me hacen pensar cuántas vidas puede haber,
Incubado en las oscuras paredes de mi placenta.

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